¿Miden los rankings la calidad de las universidades?

Me enviaron recientemente  este artículo sobre rankings universitarios de +Ellen Hazelkorn, profesora del +Dublin Institute of Technology y directora de la Graduate Research School. En general estoy de acuerdo con lo que aquí se comenta. El artículo resume bien qué son los rankings y la influencia que éstos han tenido en diferentes aspectos de la vida universitaria. Me gusta especialmente cuando dice que «los rankings han sabido comunicar de una manera simple, accesible y provocativa».

¿Qué es la calidad?
El concepto más extendido de calidad es que algo es simplemente «mejor». Pero la cuestión clave es mejor «para qué». La mejor definición que hay de calidad es «adecuación al uso«. Pensando en productos, muchas veces entendemos que algo es de más calidad si es más caro o está hecho con mejores materiales. Sin embargo, tomando la calidad como «adecuación al uso», esto no es así siempre y cuando el producto cumpla a la perfección con el uso que se le quiere dar. Si el uso que busca una persona de un coche es desplazarse del punto A al punto B de la misma calidad va a ser un Dacia Logan que un Mercedes de gama alta. Si lo que se busca es definir un status determinado sí que tendría que decantarse por el Mercedes.

Fuente de la imagen: heric.me

Alrededor de este concepto han surgido otras vertientes, como el control estadístico de la calidad. En una fábrica de tapones de botella tenemos que garantizar que éstos tengan un determinado diámetro para que encajen a la perfección en la botella y cumplan su función (evitar que el líquido que contiene la botella se derrame de manera involuntaria). El proceso de fabricación no es perfecto y siempre se producen pequeñas variaciones. Fabricar todos los tapones de 3 cm de diámetro exactamente es imposible. Unos medirán 3,010 otros 3,005, otros de 2,990 y otros 3,100 (si nos sale realmente mal). El control estadístico de la calidad pretende tener bajo control esa variabilidad mediante la definición de una serie de límites de control que son los que van a marcar cuál es la tolerancia a fallos del sistema. Cuanto menos varíe el diámetro mejor se adaptará el tapón a la botella, mejor la cerrará con lo que su adecuación al uso será mayor y, por tanto, será un tapón de mayor calidad. En esta vertiente el caso más interesante es el de la metodología seis sigma.

La otra perspectiva más extendida es la de la gestión total de la calidad que incluye una aproximación global sobre los fallos que suceden. La calidad del producto final depende de toda la empresa, no sólo de los implicados en la elaboración final del mismo. Volviendo al ejemplo del tapón, si sale un tapón de 3,2 cm cuando tenía que ser de 3 cm podemos asegurar que ese tapón no va a cerrar la botella, con lo que no va a cumplir con el uso que se le ha dado siendo entonces un tapón de baja calidad. Si esto ha sucedido puede ser que sea porque la máquina que ha realizado ese tapón no esté bien calibrada, si no está bien calibrada puede ser que el operario no la haya calibrado bien. Si el operario no la ha calibrado bien puede ser que no haya recibido la formación necesaria. Si no se ha recibido la formación necesaria está implicado el departamento de recursos humanos, y así sucesivamente. A partir de ahí se han desarrollado modelos muy populares como puede ser el de la European Foundation for Quality Management, que también se enmarcan dentro de lo que se conoce como «modelos de excelencia».

¿Y qué tienen que ver las universidades en todo esto?
A medida que el control de la calidad y la gestión total de la calidad iban demostrando sus buenos resultados en empresas, la administración pública empezó a interesarse por todos estos temas. En el caso de las universidades esto implicó la aparición de departamentos encargados del control de la calidad. La implantación de políticas de calidad implica la estandarización, mediante la reducción de la variabilidad, y el control de la misma. Se crearon procesos sobre cómo se prestan los diferentes servicios de la universidad e indicadores que medían cómo se estaban desarrollando esos procesos.

Y no sólo en las universidades, también surgieron organismos externos que fijaban criterios y se encargaban de que las cosas sucedieran de acuerdo a esos criterios. En el caso de España fue la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) con sus diferentes réplicas a nivel regional.

Todo esto derivó en la aparición de indicadores y procesos por doquier con un considerable aumento de los recursos necesarios para mantener este sistema pero, al mismo tiempo, con dudas sobre si todo esto estaba redundando en un mejor funcionamiento de la institución.

¿Muestran los rankings lo buena que es una universidad?
Como dice muy bien el artículo, los rankings han conseguido responder a la cuestión que planteaba en el párrafo anterior de una manera simple, accesible y provocativa. Pero también es importante recordar que todo ranking conlleva un sesgo en función de quién lo ha creado. Un ranking está basado en una serie de indicadores que, tras la aplicación de algún tipo de algoritmo, es capaz de devolver una lista ordenada de instituciones «mejores» a instituciones «peores». El ranking de Shanghai muestra una lista de 500 universidades (de las 19.000 aproximadamente que hay en el mundo). La primera es +Harvard University  y la última es +York University . ¿Es mejor la universidad de Harvard que la de York? O, expresándolo en los términos del artículo ¿es de mayor calidad Harvard que York? Si calidad es «adecuación al uso» está claro que York se adapta peor a lo que el ranking de Shanghai espera de una universidad que Harvard, porque cada ranking está planteando un modelo concreto de universidad. Esto sin embargo no quiere decir que la Universidad de York no esté cumpliendo con su función en su contexto y, por tanto, sea una «buena universidad».

¿Cuál es el papel de los gobiernos?
Las políticas de educación superior pueden estar destinadas a una mejora de la competitividad global del país: gente más preparada hará mejor su trabajo, generará un entorno más interesante y, a su vez, atraerá gente bien preparada. Pero no nos olvidemos que en muchos casos estas mismas políticas se han destinado a generar una mayor cohesión social, extendiendo a más sectores de la población la formación superior. Ahora muchos gobiernos se echan las manos a la cabeza porque sus universidades no están en los rankings en la misma posición en la que creen que deberían estar. El caso más llamativo es el de Francia, que ha orientado muchas de sus políticas de educación superior a mejorar la posición de las universidades en los rankings. En este enlace podéis encontrar un capítulo de un libro del DIT bastante interesante sobre este tema también firmado por Ellen Hazelkorn (1).

¿Cuál es la situación actual?
Cuando ya parecía que los sistemas de gestión de la calidad estaban en su máximo apogeo aparecieron también  los planes estratégicos para guiar el desarrollo de las actividades de las universidades (siempre bajo el reducido margen de maniobra del que realmente se dispone). Los rankings vienen a cerrar el círculo midiendo de manera pública los resultados. Ya tenemos todos los elementos, pero no nos olvidemos que ninguno de esos tres elementos pueden convertirse en un fin en sí mismo porque, si esto sucede, simplemente aumentaremos la burocracia, crearemos documentos para lucir en estanterías y nos obsesionaremos con ver cómo «contratar a un Premio Nobel» para mejorar posiciones en los rankings. Todo esto sirve de algo si finalmente la universidad acaba cumpliendo de una manera más adecuada la función que la sociedad le ha encomendado y entonces sí tendremos una universidad de «mayor calidad».


(1) Hazelkorn, E. & Ryan, M. (2013). The Impact of University Rankings on Higher Education Policy in Europe: a Challenge to Perceived Wisdom and a Stimulus for Change. In P. Zgaga, U. Teichler & J. Brennan (eds) The Globalization Challenge for European Higher Education: Convergence and Diversity, Centres and Peripheries. Frankfurt, Peter Lang.

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