Los diamantes, ese bien tan deseado por prácticamente todas las culturas. La más preciada de las piedras preciosas que tanto negocio, legal e ilegal, acaba generando por el mundo. Lo que está claro es que un diamante no te lo puedes descargar por internet. Tienes que ir a algún sitio a por él. Es uno de esos bienes físicos que nunca podrán sintetizarse en unos cuantos bits y bytes.
Ahora bien, ¿qué sucede con la música, las películas, las fotos y un largo etc? Basta con darse un paseo por la +Fnac España o por +El Corte Inglés y ver cómo la sección de música cada vez es más pequeña. Bueno, con la honrosa excepción de los discos de vinilo, que se han convertido en algo así como un objeto de culto para los amantes de la música. Y digo estos dos sitios porque deben de ser los pocos lugares en los que todavía se puede comprar música. Las pequeñas tiendas, salvo las que se dedican a música muy especializada, han desaparecido del panorama de las ciudades.
Dos factores han contribuido ha esta debacle, la piratería y la banda ancha. El primero es un fenómeno que tiene ya sus años. Desde los famosos equipos de música con «doble pletina» que te permitían copiar cintas de música (para los más jóvenes, hace no mucho tiempo la música se compartía con cintas de música) hasta el fenómeno del «top manta». Este último fue bastante popular a final de los años 90 y principios de la década del 2000. El CD se popularizó y se convirtió en el estándar, pero al mismo tiempo bajaron drásticamente los precios de las grabadoras de CD. Algo mismo sucedió con el efímero reinato del DVD, efímero si lo comparamos con los largos años que tuvimos el VHS. La copia de DVDs también se popularizó y acabaron también en la manta de los vendedores ambulantes.
Hasta aquí hay algo común tanto al negocio legal como al ilegal: existía una clara cadena de distribución de la que vivían numerosos intermediarios más allá del creador del contenido: almacenes, fabricantes de cajas, fabricantes de CDs, empresas de distribución, propietarios de locales y así hasta llegar al vendedor de discos que decidía abrir una tienda. Esto permitía que tú te llevases en un formato físico la música y pudieses escucharla en un «equipo de música».
Y de pronto… todo se puso al alcance de un click. La banda ancha se empezó a popularizar, el MP3 empezaba a ser conocido, y las compañías que comercializaban soportes empezaban a hacer aguas. El minidisc es el ejemplo de ese formato que nunca llegó a ser lo que se esperaba de él. Y en paralelo otras empresas empezaban a hacer sus pinitos con este tema, sacando de manera tímida algún reproductor MP3. No obstante el que supo comprender el nuevo panorama que se avecinaba fue Apple. No se quedó simplemente con la creación de un nuevo aparato para reproducir ficheros MP3, el iPod, sino que creo el entorno adecuado para que pudieses comprar música y escucharla directamente en el iPod, sin más intermediarios. Un programa llamado iTunes te permitía acceder a una oferta musical tremenda, seleccionar las canciones que más te gustaban y, tras pulsar «comprar», te aparecían directamente en tu ordenador y en tu iPod. Y aquí empezó todo: se cargaron toda la cadena de distribución que había montada alrededor del negocio de la música.
El resto de la historia ya la conocemos todos, y ha evolucionado en la atomización del mercado en unos pocos distribuidores, haciendo desaparecer el gran número de pequeñas tiendas que vivían de este sector. Y a todo esto debemos sumarle el grave perjuicio que está suponiendo el negocio (que también es un negocio) de las descargas ilegales, lo que podríamos llamar el «top manta digital».
¿Quién será el siguiente en caer? Pues para mi la respuesta es clara: el negocio editorial. Por mucho que todavía tengas personas que te dicen de manera nostálgica «lo bonito que es poder tocar las páginas de papel», son esos mismos los que cada vez más acaban comprándose un libro electrónico. Las consecuencias serán evidentes, de nuevo un sector basado en la explotación de una cadena de distribución, se irá a pique. Desaparecerán en los próximos años las pequeñas librerías. Las grandes intentarán aguantar el tipo pero con una bajada considerable de ventas mientras intentan hacer sus pinitos en el negocio digital. Y digo «pinitos» porque está claro que el Apple de esta historia es Amazon, que ha conseguido hacer lo mismo: proporcionar un dispositivo y una tienda con la suficiente oferta para satisfacer al más ávido de los lectores. El resultado acabará siendo el mismo, es decir, la atomización del sector en unos pocos vendedores y la desaparición de los canales tradicionales. Aquí el problema será medir bien cuál será el daño que hará la piratería, en un sector que ya de por sí tiene un público más reducido que el de la música.
Pero bueno, en cualquier caso, siempre nos quedarán los diamantes… ¿o no?